Searching...

Periodistas: bajarse del pedestal

Otro día del periodista para volver a preguntarnos: ajá, qué somos, qué fuimos y así. Repaso sobre la fundación del primer sindicato que agrupó en Santa Fe a los trabajadores de prensa, que no se llamó sindicato, sino Asociación.

Lo conté en mi libro sobre la agremiación del periodismo santafesino: existieron varias agrupaciones de periodistas con una composición heterogénea (escritores, directores-propietarios de diarios, periodistas) hasta llegar a 1940. De allí en adelante, primero la Asociación de Periodistas de Santa Fe; luego, desde 1952, la filial Santa Fe del Sindicato Argentino de Prensa; finalmente, a partir de 1970 y después de un cataclismo de proporciones para el sector, la actual Asociación de Prensa de Santa Fe.  (Nótese el único momento en su historia en que los periodistas dejaron de “asociarse” y se “sindicalizaron”.)

Y si algo recorrió estos 75 años (por poner una fecha no tan arbitraria de arranque) es la tensión de quienes con su trabajo sostienen las empresas entre definirse como profesionales calificados o trabajadores.

Me detengo en la formación de la Asociación de Periodistas de Santa Fe. Es para mí muy ilustrativa la foto que encabeza el post. Pertenece al 2 de mayo de 1940. Como allí se ve, en un sector de la página de El Litoral se publica la crónica de la “fiesta de los trabajadores” en Plaza España. Columna mediante, la constitución de la AP: un almuerzo que contó con las recientemente designadas autoridades, al que asistieron especialmente invitados los dueños de los principales diarios de la época. Los periodistas sólo asistieron al acto de los trabajadores como cronistas.

Un dato para conservar: entre los oradores de ese acto estuvieron dos hombres que iban a tener gran influencia en alguno de los gremios de prensa más adelante. Miguel Ritvo, en ese momento concejal por el Partido Socialista y dirigente de los Empleados de Comercio, y el también concejal socialista Néstor Blanco Boeri (ya comentaré en otro post sobre sus desempeños, o lo pueden leer en Del apostolado al sindicalismo. Una historia de los gremios de prensa de Santa Fe).

La Federación Santafesina del Trabajo, organizadora del acto del 1º de mayo, leyó en Plaza España un documento elaborado por las entidades afiliadas (Unión Ferroviaria, Fraternidad, Central Norte Argentino y Puerto seccionales Santa Fe, Centro Unión de Empleados de Comercio, Centro de Obreros Panaderos, Sociedad de Obreros Factureros y Confiteros, Personal de Sanatorios y Hospitales, Obreros de Artes Gráficas, Sociedad Obreros de la Construcción, Sociedad de Mozos, Federación Obreros del Transporte, entre otros). Entre varios reclamos, hacen suyo uno que era propio de los periodistas: la derogación de la ley de imprenta que, junto a la de Defensa Social “están dictadas con el único propósito de ahogar toda justa protesta de las masas proletarias”. Pongamos en duda que las razones de periodistas y dueños de diarios fueran las mismas.

En fin. Durante la mañana, en el hall del hotel España, los afiliados a la Caja Nacional de Jubilación de Periodistas, realizaron la asamblea que aprobó los estatutos de la Asociación de Periodistas de Santa Fe. Luego, se eligió la Comisión Directiva: presidente: Mariano Forcat; vicepresidente: Luis Gudiño Kramer; secretario: Antonio Avaro; tesorero: Eduardo Echagüe.  

Ya era el mediodía y los flamantes gremialistas se reunieron en un almuerzo de camaradería. Especialmente invitados fueron Rafael García, director de El Tribuno; Rafael García, de El Agro, Andrés Oser; de El Imparcial, Eradio Doce; de El Litoral, Riobó Caputto.

Pronto vendría el Estatuto del Periodista y sus repercusiones en Santa Fe. Vendría el peronismo y el quiebre del gremio. Alguna huelga. Y en 1968 la hecatombe, y el nacimiento de la Asociación de Prensa actual y todo lo demás.

Sin embargo, me sigo quedando con palabras dichas en esta ciudad por un dirigente de la Federación Argentina de Periodistas, con motivo de su VII Congreso, en junio de 1946.

El cordobés Ernesto Barabraham, en nombre de las delegaciones del interior, realizó una interesante pintura de las dificultades del periodista para asumirse como trabajador:

¿Qué nos proponíamos en aquel entonces (en el Primer Congreso de Periodistas, en Córdoba, 1938)? Más todavía que dignificar moral y materialmente al gremio de periodistas o crear las condiciones particulares que mejoraran los medios de vida o acordar una jerarquía en consonancia con su situación de trabajador intelectual, la idea básica de aquel movimiento, la que permitiría recién los elementos de acción que proyectaran resueltamente al individuo hacia un futuro mejor, fue la de penetrar en su espíritu el principio de agremiación, la formación del clima propicio dentro de su mundo sensible, para que madurado por el tiempo, lo constituyera en dueño de una auténtica conciencia gremial.Esta era, sin duda alguna, la cuestión neurálgica en el largo proceso aún no terminado, de unificación del gremio para crear luego las condiciones necesarias a su progreso material.
Esta lucha, iniciada por unos cuantos, tenía forzosamente que resolverse por la victoria del concepto de solidaridad y agremiación, sin el cual hubiera sido imposible postular reivindicaciones gremiales que desde el primer instante encontraron tenaz y violenta resistencia.En el alma del trabajador de la pluma se había producido un verdadero cataclismo en el que intervinieron factores imponderables y ajenos a “su mundo”, a su vida y a su voluntad. Profundamente individualista, rasgo del genio latino y del pensador por excelencia, se rehusó, con todas las fuerzas de su alma, a penetrar en esa zona que le era tan extraña: la de la lucha gremial.Sostenía derechos ajenos, se batía gallardamente como Banards en el puente por los derechos de los demás; hizo de la justicia social una bandera de lucha pero, en su inmensa vanidad, jamás se consideró a sí mismo como un trabajador. De ahí dimanan muchos de sus males, creador de imágenes conscientes de la belleza de su oficio, se complacía en pensar que nunca fue uno de los tantos obreros que de un ángulo particular promovía, dentro del marco general, el bien colectivo. Se sentía un artista o un profeta y por eso había de proclamar por ahí displicentemente, que el trabajo, evocación física del esfuerzo era para los que no tenían nada que hacer. (…)La transición era muy grande. La gran tarea, el esfuerzo extraordinario fue el de bajar al individuo del pedestal en que se había levantado. Traerlo de la mano al mundo de la realidad, cavar hondo y fuerte de los repliegues de su alma y hacerle comprender su infinita pequeñez frente al monstruo insaciable que es el diario moderno, con sus deberes, obligaciones y exigencias para alimentar a esa otra fiera voraz que es el público, y del cual él, el periodista, el hombre superior, no es más que un ignorado instrumento.  (…)El periodista separó siempre la idea de “su diario” del diario al que ingresó con el fin de defender ideales políticos, sociales o estéticos y volcar generosamente en él sus inquietudes de la verdadera identidad comercial de la empresa. (…)Sin embargo “su diario”, el diario de sus amores, su hogar espiritual, restringía por razones de organización y disciplina el campo de sus actividades. El pájaro que se remontó libremente a los espacios  oteando horizontes, comenzó a perder las alas. Su vuelo fue más corto y sus sueños más breves. Aprendió a sus expensas que el intelectual, el soldado de las grandes causas, no era más que un simple subordinado, una pieza más del mecanismo que administrada cuantiosos intereses, movía voluminosos capitales y que, por encima del minúsculo soñador, está la institución patronal sin fisonomía, corazón ni sentimientos. En el terreno de las deducciones, con el examen de su vida y de sus actos, llegó a la lamentable conclusión que no era más que un proletario de la pluma, que pertenecía a uno de los tantos grupos, que truecan su trabajo por la correspondiente soldada y, que en “su diario” su situación de dependencia le prohibía tener iniciativas, es decir, escribía lo que le ordenaban y no lo que creía o pensaba. 


Para mí este discurso es una joyita y de una vigencia impensada a 69 años de haberse pronunciado. Para Barabraham el cambio ya estaba en marcha. Creo que pese a los cambios tecnológicos o sobre todo por ellos, los avances, los retrocesos, queda pendiente aún bajarse del pedestal. 

0 comentarios:

 
Back to top!