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¿Quién le teme al sindicalismo?

Obreros santafesinos con el puño en alto, en 1936
Ricardo Alfonsín, no, dice, pero hay muchos que sí. Cuando se habla de sindicatos pocos hablan de representantes de los trabajadores. Es que han quedado grabados a fuego, gracias a un sencillo pero potente trabajo realizado desde hace tiempo por medios de comunicación e intelectuales, ciertos “malos” dirigentes. Digamos, también, que cierta clase trabajadora argentina a la que le gustaría dejar de serlo, se sube a cualquier colectivo, mira horrorizada a cualquier morocho que tenga más de un auto y además sea sindicalista y aplaude rabiosa los editoriales dedicados a demonizarlos. Que son casi todos.

A la historia vayamos. Ejemplos hay cientos. Voy al azar con un par de, repito, cientos, de diatribas dirigidas al sindicalismo.

Publicábamos hace un tiempo ¡Estás igual!, una crónica post-huelga en 1966. Un paro de la CGT en plena dictadura de Onganía provocó una recorrida por la ciudad del diario El Litoral. La “gente” dijo, entre otras cosas:

–”Mientras gane lo suficiente para comer y educar a mis hijos...”. “¡Cómo Francia se recuperó con De Gaulle!”. “¡Si tuviéramos un Franco!”. “Habría que terminar con la política gremial”. “Así como se actuó con los partidos políticos habría que hacerlo con los sindicatos”, fueron frases corrientes de las conversaciones.

En este caso, palabra de “la gente” es palabra santa (nada de vox populi… “pueblo” ya era entonces una palabra “demodé”).

Como no me quiero ensañar con el vespertino, aunque hay y mucho en esto de castigar a los representantes de los trabajadores (ya habrá tiempo), me voy más y más lejos, cuando el peronismo, gran fomentador de los vagos gremialistas y de los morochos que los siguen, todavía no existía.

Cada uno en su lugar

Buena parte de la clase trabajadora argentina que quiere dejar de serlo, añora, pareciera, los tiempos en que las cosas estaban más claras. Los trabajadores y más aún sus representantes sindicalistas, deben ser ascetas, no aspirar a ningún tipo de mejora en su calidad de vida, a un subsidio o a un LCD (¡Negros con LCD! ¡Ni yo tengo uno! ¡Habráse visto!).

“Antes”, en las épocas del país soñado, las cosas eran más sencillas.

Vamos entonces al diario más reaccionario que tuvo, hasta donde yo sé, la ciudad de Santa Fe.

Nueva Época, ante la realización de una reunión de obreros allá por 1899, dijo que los trabajadores organizados, eran, sencillamente, obreros “malos”.

Un grupo de ellos, en Buenos Aires, tenía intenciones de solicitar al gobierno nacional ciertas mejoras a su situación. “Los obreros. ¡¡Prudencia!!”, titula el diario frente a esta información.

Nueva Época les aconsejaba “prudencia” y que no se prestasen a servir “de instrumentos para fines anónimos inconfesables”.

Por supuesto, el diario había tenido razón, una vez más. La prueba estaba a la vista. En sus manos, el redactor tenía un periódico bonaerense que decía representar a los que “diariamente construyen suntuosos palacios para los favorecidos de la fortuna”, que solicitaba la supresión de las loterías y la disminución en el costo de los tranvías “a fin de mejorar de golpe y porrazo la situación de las clases proletarias”. “Esto parece el colmo y… lo es”, concluye Nueva Época.

Luego, reproduce el programa de este periódico, que no considera pertinente nombrar. Era sencillo, y excepto por la cuestión de las loterías y los pasajes, se diría idéntico al que cualquier diario no obrero, incluso Nueva Época, sustentaron y sustentarían: “Revelar al pueblo, sin ambages, toda arbitrariedad o irregularidad cometida o tolerada por los poderes públicos. Defender al gobierno de los ataques injustos de la prensa de oposición oficiosa”.

La cosa es hasta cándida si a la ligera se considera, pero estudiada con mayor detención se ve a las claras la intención de explotar la ignorancia en pro de fines repulsivos. Y conste que no los calificamos así en defensa ni de las loterías ni de las empresas bonaerenses de tranvía, sino porque no merecen calificación más suave la desfachatez de pretender mejorar la situación de las clases menesterosas suprimiendo las loterías y abaratando el precio de los pasajes de tranvías en Buenos Aires.

Como estaba claro para este periódico, un obrero jamás podría mejorar su situación de esta manera, sino esperando y en paz… a que los patrones (ellos sí agrupados como corresponde), bien representados e interpretados por el diario, tuvieran a bien considerar sus necesidades. El obrero no está capacitado para decidir, pareciera decir Nueva Época: “Volvemos a insistir en notar consejo a los obreros para que no se dejen sorprender por huecas declamaciones. Su causa es grande y santa, la razón está de su parte y se acerca el día en que también lo esté la ley y la justicia, pero entre tanto, nada de meetings intempestivos, nada de solidaridad ni de apoyo a quien los puede halagar para mejor explotarlos”.

¿Quién le teme al sindicalismo?, es la pregunta.

Queda claro. Sería menos terrible si fueran solamente los medios de la “corpo”. Lo terrible es que le temen sobre todo ciertos trabajadores a los que les es más cómodo creer ciegamente en “la corpo” que ponerse a pensar en su propia condición.

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